El Segundo Cuadro
Este cuadro muestra un corazón que se arrepiente, que comienza a aceptar a Dios. El ángel está blandiendo la espada, la Palabra de Dios, la cual es “Viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas, y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12). La Palabra de Dios le recuerda que “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb. 9:27). La herencia del pecador y del incrédulo será en el lago de fuego que arde con fuego y azufre.
En la otra mano el ángel sostiene un cráneo. Esto es para recordar al pecador que todos debemos morir. Nuestro cuerpo al cual tanto amamos, vestimos, alimentamos y hermoseamos, le damos todo el cuidado y atención para satisfacer sus deseos y aspiraciones, va a morir y descomponerse, y los gusanos lo devorarán mientras que nuestra alma y espíritu, vivirán para siempre y un día aparecerán ante el trono del juicio de Dios.
Aquí vemos al pecador comenzando a prestar atención al mensaje de Dios y abrir su corazón al amor de Dios. El Espíritu Santo comienza a brillar en el corazón oscuro y pecador. La luz de Dios entra a su templo para disipar toda la oscuridad. Cuando la luz de Dios entra, las tinieblas tienen que irse. El pecado representado por los diversos animales, tiene que huir.
2.) EL CORAZÓN CONVENCIDO Y QUE SE RINDE
Por lo tanto, estimado lector, permita a Jesús, la luz del mundo, que entre a su corazón, y las tinieblas y las obras de las tinieblas deben dejar su corazón, tal como se ilustra en este cuadro. Jesús dijo, “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Ud. nunca tendrá éxito en expulsar a las tinieblas fuera de su corazón con sus propios esfuerzos, su propia sabiduría, o por la sabiduría de los hombres. La manera más efectiva, sencilla, segura, rápida y la única, es permitir a Jesús, la Luz, que entra, y las tinieblas, que es el pecado, deben irse. La luna y las estrellas pueden darnos algo de ayuda en una noche oscura, más cuando el sol ha salido, entonces las tinieblas así como las otras luces pequeñas desaparecen. Jesús es el Sol de la justicia. Cuando El entró al templo de Jerusalén, El echó fuera a todos los que vendían toros, ovejas y palomas, y trastornó las mesas de los cambiadores diciendo, “Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mat. 21:13). Su corazón está destinado para ser casa de Dios, el templo de Dios. Él quiere habitar en él, hermosearlo, llenarlo con luz, amor y gozo. Jesús no solamente vino para perdonar nuestros pecados, sino El vino para libertarnos y ponernos libres del poder y dominio del pecado. “Si el Hijo (Jesús) os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
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