El Quinto Cuadro
Este cuadro muestra el corazón del pecador santificado y limpiado, salvado por la misericordia y gracia abundantes de Dios. Se ha convertido en un verdadero templo de Dios, la habitación de Dios, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo conforme a la promesa del Señor Jesucristo, “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). Dios honra, bendice y eleva al hombre por medio de Jesucristo (Luc. 1:52).
El corazón ha llegado a ser ahora un verdadero templo de Dios. El pecado ha sido desalojado. En lugar de los varios animales dominados por satanás, el padre de las mentiras, vemos al Espíritu Santo, habitando en el corazón. En lugar de ser el asiento abominable del pecado, el corazón ha llegado a ser el árbol hermoso que lleva fruto o jardín que produce los frutos del Espíritu, tales como amor, gozo, paz, humildad, magnanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza y otros, los cuales son agradables a Dios y al hombre. Ha llegado a ser ahora una rama de la verdadera viña que produce fruto, nuestro Señor Jesucristo. El secreto de esta producción de fruto es que permanezca en Cristo, y Cristo y sus palabras habiten en él (Juan 15:1-10). Como ha sido llenado y bautizado con el Espíritu Santo, él tiene poder para vencer la carne y sus afectos, y crucificar al hombre viejo. Por el poder del Espíritu Santo él está capacitado para caminar en el Espíritu y vencer la carne. El ya no vive por lo que ve, oye y siente, sino por fe, porque la fe en Cristo Jesús es la victoria que vence al mundo. Él vive por una esperanza segura y viva y está fortalecido por la esperanza gloriosa del pronto retorno de nuestro Señor Jesucristo. Él vive por y en el amor de Dios, que permanece para siempre. “Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gal. 5:22-23).
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8). El rey David, a pesar de todas sus riquezas y sus victorias sobre sus enemigos exteriores, supo que la batalla más grande estaba librándose en su propio corazón, y dándose cuenta
5. EL TEMPLO DE DIOS
de su necesidad interior profunda, oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Nadie puede limpiar su propio corazón, o crear dentro de sí un corazón limpio, sino que por un arrepentimiento genuino venga a Dios, como lo hizo David, pidiendo a Dios que cree un nuevo corazón en él, Dios está ansioso de hacer una nueva cosa en su vida. Remendando los vestidos harapientos desgarrados de su propia justicia con promesas y ofertas vacías no harán a su corazón una habitación apropiada para Dios. Él está más deseoso que Ud. para ayudarle, porque Él es quien ha prometido y dijo: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezeq. 36:25-27). Este es el significado del Nuevo Testamento el cual Dios ha sellado por medio de la sangre de Su Hijo, Jesucristo.
En este cuadro también notamos que reaparece el ángel. Los ángeles están destinados para servir a los que heredarán la vida eterna, y campan en derredor de los que le temen (Sal. 34:7, 91:11; Dan. 6:22; Mat. 2:13, 13:19, 18:10; Hech. 5:19, 12:7-10).
En este cuadro se ve también al diablo, parado cerca del corazón, como si observase por alguna oportunidad para volver a entrar a su habitación anterior. Por lo cual somos amonestados “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Ped. 5:8).
Muy a menudo está disfrazado como ángel de luz, engañando a los santos que no velan, con los deseos de este mundo, tratando, con sutileza, de engañar a los mismos escogidos. Sin embargo, si resistimos al diablo, él huirá de vosotros (Sant. 4:7).
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